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lunes, abril 12, 2004

Un poquito de crónica matinal no le hace mal a nadie. 

El día es espléndido y mi ánimo va por la vereda de enfrente, por la vereda de la sombra, el sueño me aplasta y el desánimo es mi fiel compañero. Hay tanto sol que me siento desubicado, equivocado, como que acá hay algo para festejar y yo no lo entendí, como que esta semana será fantástica y yo no podré disfrutarla. Necesito algo para meterme en el ánimo. Me siento pesado. Voy a hacer dieta, pero del alma. Tengo el alma pesada. Ni sucia ni culposa, pesada. En la superficie estoy pesando mis 100 kilitos y nadie me lo cree, y estoy despeinado, lo descubrí en el espejo del ascensor así como descubrí que ascensor se escribe como se escribe en el momneto de escribirla y así como descubro que tengo pequeñas cosas para contar en el momento de empezar a contarlas.
Contar por ejemplo que acá en la oficina, cada tanto, la empresa invita el desayuno. Café con leche pedí. Me olvidé de alguna medialuna. No sé hacer pedidos completos. Y sigo despeinado, lo descubrí recién, en el espejo del baño.
Contar que en casa están Lulú, Malena y Gardelito, todas mascotas de Sarita, que se fue por unos días al camping ese de Zárate y se la comerán los mosquitos. Cuando me despierto, Lulú me acompaña a donde sea que vaya menos a la ducha, claro, no les gusta el agua. Pregunté y parece que Fiona hace lo mismo: se te mete en el paso con su auto-caricia contra las pantorrillas, con su cola erizada. Y la histeria es pura y clara porque cuando te agachás para acariciarla, ahí ya no se entrega tanto. Con un poco de paciencia te premia con un ronroneo y entonces todo parece valer la pena.
En cambio Malena y Gardelito, pobres. No puedo mirarlos. Me tienen miedo y creo que tienen frío. Esa jaula es puro mijo y caca y abren las alas sólo para asustarse. Son anaranjados y pían poco. Sufren. Y la verdad que no entienden nada.
Lulú es fina como Fiona. Hoy, durante todo mi ritual de snooze durante una hora, cada 9 minutos, Lulú me observaba con atención y paciencia desde una silla a mi misma altura. En cada snooze veía su mirada. Piadosa. Sentí que ella era la única que comprendía mi sufrimiento matinal. Busqué en su mirada algún incentivo, algo que valiera el esfuerzo. Tal vez Malena y Gardelito buscan lo mismo en mí. Tal vez Lulú se compadece de mi esclavitud cotidiana.
Ya me tomé el café con leche. Y ahora acá se charla de la fecha del Clausura. Y todos toman café con leche. No todos, alguno pidió submarino y otro un cortadito. Algunos saben pedir. Y yo sigo con malacara. Y despeinado, lo veo reflejado en la ventana, donde el sol insiste en brillar en un cielo insoportablemente azul.
Hacía tiempo que no me deprimía tanto en un domingo como el de ayer. Tanto, que se me estiró hasta la mañana del lunes.

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