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viernes, julio 23, 2004

Rumbo Incierto 

No hay forma de levantarse cuando todas las articulaciones están oxidadas y cuándo el día apenas repta y ni siquiera te tienta con una manzana del árbol prohibido. La lista de tareas engorda a lo pavo, como si los pavos engordaran alguna vez o de alguna forma que los caracterizara y al mismo ritmo mi conciencia me pide un respiro: me pide respeto. Las circunstancias son estas, la de una botella de gaseosa agitada que nadie se anima a destapar pero bastaría con girar mínimamente la tapita para ver inmediatamente, súbitamente, que las burbujas están ahí, latentes, como eso que dicen de las enfermedades - ayer lo escuché en el velatorio -, las enfermedades están ahí, esperando la defensa baja de nuestro ánimo y basta con que uno de esos desequilibrios visite nuestro corazón para que el cáncer nos carcoma las células. Quizás todo esté latente y nada nace de la nada, quizás todo se trata de girar tapitas para que ocurra eso que, en castillos de paciencia, espera por nuestra llegada. Y hay botellas agitadas y hay botellas vacías. Yo sé que no estoy vacío y eso me consuela y sin embargo no siempre lo noto. A veces la sensación de la nada es nauseabunda. Tanto como el olor del salmón que reinó este blog por una semana.
Por eso hoy decidí sólo escribir. Para que me quede claro. Para estar seguro de tener adentro al menos la palabra "quisquilloso". Para notar, aunque más no sea, que existe la q. Para sacar el óxido de los dedos y de la sensibilidad. Para volver a mirar por la ventana. Con eso basta. Con ver mi malvón resistiendo el invierno y la soledad, y una paloma planeando en un cielo ácido y desértico para denunciar la amargura de esta ciudad.
Por eso escucho Sigur Ros, porque por hoy no dejaré secuestrar mi ánimo ni mi más tierna intimidad, porque hoy puedo escuchar una misma nota que se cuelga del epicentro de una hipnosis anclada en recuerdos fetales. Porque Sigur Ros es eso que late en el más hondo de los fondos de algo que podría llamar conciencia o inconciencia por igual, pero me quedaría muy corto. Porque eso ocurrre en un plano subjetivo pero a la vez se hace evidente y obvio, tanto como la cajita musical con esa dulzura meláncolica y hasta macabra de la infancia, con esa ingenua y primitiva percepción resucitada. Ba ba ti ki di do. Así se llama.

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