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jueves, diciembre 23, 2004

Centenariov: veredicto, deseo, bendición y anexo. 

Dado el testimonio de Kielov mencionado, recomendado y propiamente enlinkado del evento del Parque Centenario, helo aquí mi veredicto, deseo, bendición y anexo:
Ojalá de los ojalases, que dios y las vírgenes del mundo me oigan y los entes cumplidores concreten en lo más tangible lo siguiente y a saber: que vos, Kielov de los Aproles, nos bendigas con estas jornadas longanizas a tu favor y a tu contra. Porque son el deleite y goce de todo un pueblo unido y diferido, a veces anónimo y/o tácito, a veces explícito y otras también. Y otras no. Más tirando a segunes de ocasión. Porque se torna voluntad y deber salpimentarse a gusto con, por ejemplo, los nombres arbitrarios -eso son los nombres al fin y al cabo- las añoranzas quejumbrosas, la apología de la decadencia bien entendida, el olor a polvo cagado y las conclusiones oscuras y ciertas que entretejen, con el teje-maneje, las disciplinas de las más variadas áreas de divulgación vecinal.
Yo conozco ese parque con lago fantasma. Me tomaré entonces el atrevimiento, si no es mucho pedir, de adjuntar el siguiente anexo:

La feria de libros
En el costado lateral izquierdo del parque, mirando desde el meridiano de Diaz Velez, sobre la calle Leopoldo Marechal y prolongándose por unos 100 metros en forma de ele girada, como se gira una pieza de tetris, se extiende la Feria de Libros. Decenas de puestos verdes y rudimentarios, uno pegado al otro, se confunden. Los unos y los otros se destacan de forma tal que no se destaca ninguno. Se repiten en estética y ética, en forma y contenido, como una rígida regla sin excepción que la confirme. Puestos de unos 4 metros de longitud y escasa profundidad que extienden un techo de chapa por sobre la vereda, transformándola en una galería sin salida ni descanso, sin otra opción más que sumergirse en la flora y fauna allí presente y ausente.
La estrategia de venta persuasivo-visual es más bien ofensiva: un compendio de carteles coloridos y en algún punto, paradójicamente con su monotonía, heterogéneos, se disponen en un insinuado azar e improvisación, anunciando y destacando en todos los casos lo mismo: "TEXTOS", "Compra-venta-canje" "Nuevos-usados" "Primaria-secundaria-universitario" y, sólo en contados casos, alguna excentricidad con poco vuelo: "si no lo tenemos, lo conseguimos" o los insinuantes nombres de editoriales: Kapeluz, Aique, Estrada. Aún así, la repetición sigue siendo la regla: no se promociona lo particular de cada uno sino lo obvio del todo, de la feria. La tipografía de los carteles es casi mezquina, haciendo imposible encontrarse siquiera con mediocridad en el estilo porque justamente carece por completo de él. Asimismo, cada uno anuncia su identificación entre el resto que rara vez lleva la fantasía más allá del número de puesto (otorgado secuencial y aburridamente): "puesto 8", "puesto 37", o a lo sumo "stand 25".
No conformes con los mostradores rebalsantes de mútliples mercaderías a ofrecer, los puestos invaden la vereda añadiendo góndolas de fácil armado y desarmado cerca del cordón, valiéndose de caballetes y tablas ad hoc. La oferta es deasafiante, vasta, impredecible, curiosa y, cuanto menos, sorprendente: colecciones de revistas en la línea indefinida de El Gráfico, Gente, Caras, National Geographic, Muy Interesante, Los Hombres de la historia, Mafalda, Patoruzú, Nippun y más, muchísimo más. Las zonas más jugosas son las que acumulan miscelaneas: las góndolas de saldos. Allí conviven materiales de la mayor disimilitud: una colección de películas enVHS de los 80 envueltas en un polvo que le quitan el poco atractivo que podrían tener, se acomoda al lado de "el libro de la vida sexual" de Lopez Ibor que a su vez se apoya en "Concretos de cemento Portland y Asfálticos". Más allá aparecen colecciones de postales gastadas, calendarios de años que pasaron, enciclopedias varias. Todo permanece a la espera de algún encuentro incierto e inimaginable.
No menos particulares resultan los vendedores. La mayor parte del tiempo no hacen más que aburrirse a la espera de una pregunta que nunca llega. Para aliviar el tedio acuden a la práctica de diversas actividades: toman mate, hojean una revista por octava vez, charlan de nada con sus colegas, hacen crucigramas viejos, tocan la guitarra o escuchan la radio. Y aquí insisten con la monotonía: todos sintonizan la misma estación, preferentemente la Mega. Aun asi, suelen ser antipáticos cuando son consultados y molestos en caso contrario: atacan con la insoportable pregunta "buscabas algo?". A pesar de la modestia de los puestos y de la magnitud del negocio en cuestión, en general la acittud es mercenaria y no es raro notarlos orgullosos del rubro que los reúne: el arte y la cultura.

(y una duda sobre este Blog Muxarela: alguien lee hasta el final de un post que se extiende más allá del párrafo de 5 líneas?)

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