viernes, febrero 11, 2005
Improvisado cotidiano, no vale borrar.
Debería autoflagelarme por no haber postiado por tantos días? Sólo se me ocurre imponerme nua multa interesante, molesta y abusiva por un lado, juguetona y absolvedora por otro: a escribir sin parar, sin borrar, sin repetir, sin corregir, sin soplar, sin pensarlo dos veces, sin azucar, sin gas y sin sal. Sin cáscara y cin pelar. (la gran "curso de Cecilia"). Con sís con nos con balncos y negros. Blancos y de color. "Gente de color". Un día supe que eso se llamaba euyfemismo. Un día supe, también, que mi abuelo se llamaba Eufemio aunque su madre quiso ponerle Efraim pero el peón encargado de anotarlo perdió el papel con el nbombre en el camino y sólo recordó que comenzaba con E. Y su madre nunca lo supo. La madre del peón tampoco.
Viernes.
El poco tiempo libre que tuve, lo desperdicié. con todo lo relativo que puede ser eso de "desperdiciar" o eso de "libre" o eso de "tener". Todo es relativo. "Todo es relativo" es una paradoja que siempre me simpatizó. Y hay quien dice "todo se complementa". Y hay quien cree en sincronías y hay quien no para de repetir fraases hechas como "casualidades no, CAUSALIDADES" creyendo ser profundos pero a pesar de serlo no lo son por aquello de repetir lugares comunes. Hay otros que creemos y queremos el misterio sin bautizar, nos mantenemos alertas para ser sorprendidos, nos abstenemos de etiquetar ciertas cosas, nos limitamos a maravillarnos y sentirnos poco frente a tanta cosa inmensa que nos supera. Y, aún así, ser considerados agnósticos, ateos, nihilistas, escépticos y hasta comunistas por la Real Academia Costumbrista, los linealizadores de todo y de todos. Soy creyente si siempre descubro que en el fondo de todo hay algo que no nos es revelado? A mí me gusta relajarme un poco con todo eso y sonreír cuando algo fluye.
Recuerdo que vi un gran arcoiris. Entré a Libertador por el costado del túnel y apareció allá: nacía en el final del hipódromo y al principio prometía poco, pero bastaba bajar la vista un instante para no chocar y luego volver hacia ahí y encontrarlo creciendo exponencialkmente al mismo tiempo que su nitidez mejoraba notablemente. A la altura de la entrada del hipódromo logré verlo completo, de horizonte-allá a horizonte-acá. Un verdadero arco y a puro iris. Y descubrí que hay ingenuidades que la madurez y el conocimiento no pueden combatir y eso me alegró: yo sigo ilusionándome en poder llegar al lugar donde nacen los arco iris. Y este realmente parecía posible: era cuestión de llegar a Juan B Justo cuanto antes, era cuestión de ganarle esta vez o los agentes de la desilusión... A la altura del campo de polo empecé a notar que otra vez se había escurrido y ya doblando por Juan B Justo lo ví completamente recluído en el túnel, desde donde lo había visto nacer. Y sentí eso que seguramente siente Pierre Nodoyuna.
Sábado.
Me levanté de una siesta de esas que se transpiran. Como si la densidad del sueño fuera tal que el cuerpo se satura y secreta sudor y sueños fuertes. Apenas levantado vinieron Muzy con Wachi y Mauri y me llevaron al corso de la esquina. Y yo con mi humor todavía sudado y todos con esa cosa pegajosa del carnaval. En algún punto lo popular me tienta. Algo de estética y contenido circense que me puede, algo de decadencia, algo de personaje barrial para observar. Mucho estón y gente que le gusta repetir eso de "aguante". Algo de mediocre y algo de genuino. Chacarera, rock y cumbia. Y cemento. Y empanadas. Y espuma por $2,50, colabore con la murga. Y lentejuelas. Los mosquitos fueron terminando con mis piernas y con la poca paciencia que pude ofrecer. Y nos metimos a improvisar por las calles del barrio y terminamos en una parrillita de la calle Repetto. Y me pedí un vaso de vino de la casa. Odio los "vinos de la casa", pero todo sea por lo conceptual: la murga de Buenos Aires no es un vino fino. De color y gusto se relacionaba más con lo marrón y con los mosquitos y con las pocas lamparitas que había en la vereda. Y casi lo bajo con soda pero la noche era también de eso que insisten en llamar "aguante".
Domingo.
Fui al cmeneterio de Flores. Y muchas cosas:
- A esos casilleros de una inmensa y sobrecogedora matriz los llaman "nichos". Y yo imagino "cuchas".
- Visité el nicho de Silvia. Silvia era atea, era agnóstica. Ella quería ser cremada, siempre lo había dicho. Pero el tema del accidente y el juicio y el mundo lento y de papel fue demorando la cosa. La metieron en un nicho y ya no creo que la cremen. Sus familiares no quieren. El nicho les sirve para pegar sus estampitas, sus cartas, sus crucifijos. Los nichos, las tumbas, no son para los muertos. Las necesitamos los que nos quedamos con dolores que no cierran. Las necesitamos los que buscamos soluciones terrenales a problemas existenciales.
- Nunca había visitado un cementerio así. Algo entre industrial y depresivo, un paisaje nuevo y desconsolante donde la gente busca su consuelo. Un olor a muerte, vida y burocracia. La burocracia gobernándolo todo. Por los pasillos circulan los solitarios y los inspectores. Ojos llorosos, nenes jugando. Nichos alineados uno al lado del otro, una hilera sobre la otra, una pared y otra pared y otra más.
- Y las prohibiciones. La idea siempre es prohibir. Las prohibiciones aparecen en carteles con reglas congeladas. Sobre los frentes de los nichos permiten sólo tres cosas: datos del fallecido, crucifijo y una tercera que ya no recuerdo. Lo bueno es que, en este caso, el ritmo de la burocracia juega a favor y nadie cumple nada: los nichos son una muestra de estampitas en todas sus versiones, escudos de fútbol, fotos desgastadas, cartas borroneadas con lágrimas o con años, plaquetas solemnes.
- Hay nichos que quedan allá arriba, donde no se llega ni en puntitas de pié, donde guardaríamos los pulóveres en verano. Como si fueran muertos que pueden esperar un poco más. Y hay escaleras móviles a disposición. Y, claro, hay más reglas: "sea breve en el uso de escaleras".
- En el nicho de Silvia supe que su segundo nombre era Graciela. Y no creo que a Silvia esto le importara tampoco demasiado. Tampoco el crucifijo, tampoco las estampitas. El nicho de Silvia es todo lo que Silvia nunca quiso. Y cuando nos fuimos mi vieja me contó de los gustos de Silvia: limpiar, leer y estudiar. En ese orden.
- Y supe, volví a confirmar, que yo no lloro cuando visito mis muertos ni me los imagino enterados de mi visita. Ni me los imagino. Veo que la mayoría sí. Y lo envidio.
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Viernes.
El poco tiempo libre que tuve, lo desperdicié. con todo lo relativo que puede ser eso de "desperdiciar" o eso de "libre" o eso de "tener". Todo es relativo. "Todo es relativo" es una paradoja que siempre me simpatizó. Y hay quien dice "todo se complementa". Y hay quien cree en sincronías y hay quien no para de repetir fraases hechas como "casualidades no, CAUSALIDADES" creyendo ser profundos pero a pesar de serlo no lo son por aquello de repetir lugares comunes. Hay otros que creemos y queremos el misterio sin bautizar, nos mantenemos alertas para ser sorprendidos, nos abstenemos de etiquetar ciertas cosas, nos limitamos a maravillarnos y sentirnos poco frente a tanta cosa inmensa que nos supera. Y, aún así, ser considerados agnósticos, ateos, nihilistas, escépticos y hasta comunistas por la Real Academia Costumbrista, los linealizadores de todo y de todos. Soy creyente si siempre descubro que en el fondo de todo hay algo que no nos es revelado? A mí me gusta relajarme un poco con todo eso y sonreír cuando algo fluye.
Recuerdo que vi un gran arcoiris. Entré a Libertador por el costado del túnel y apareció allá: nacía en el final del hipódromo y al principio prometía poco, pero bastaba bajar la vista un instante para no chocar y luego volver hacia ahí y encontrarlo creciendo exponencialkmente al mismo tiempo que su nitidez mejoraba notablemente. A la altura de la entrada del hipódromo logré verlo completo, de horizonte-allá a horizonte-acá. Un verdadero arco y a puro iris. Y descubrí que hay ingenuidades que la madurez y el conocimiento no pueden combatir y eso me alegró: yo sigo ilusionándome en poder llegar al lugar donde nacen los arco iris. Y este realmente parecía posible: era cuestión de llegar a Juan B Justo cuanto antes, era cuestión de ganarle esta vez o los agentes de la desilusión... A la altura del campo de polo empecé a notar que otra vez se había escurrido y ya doblando por Juan B Justo lo ví completamente recluído en el túnel, desde donde lo había visto nacer. Y sentí eso que seguramente siente Pierre Nodoyuna.
Sábado.
Me levanté de una siesta de esas que se transpiran. Como si la densidad del sueño fuera tal que el cuerpo se satura y secreta sudor y sueños fuertes. Apenas levantado vinieron Muzy con Wachi y Mauri y me llevaron al corso de la esquina. Y yo con mi humor todavía sudado y todos con esa cosa pegajosa del carnaval. En algún punto lo popular me tienta. Algo de estética y contenido circense que me puede, algo de decadencia, algo de personaje barrial para observar. Mucho estón y gente que le gusta repetir eso de "aguante". Algo de mediocre y algo de genuino. Chacarera, rock y cumbia. Y cemento. Y empanadas. Y espuma por $2,50, colabore con la murga. Y lentejuelas. Los mosquitos fueron terminando con mis piernas y con la poca paciencia que pude ofrecer. Y nos metimos a improvisar por las calles del barrio y terminamos en una parrillita de la calle Repetto. Y me pedí un vaso de vino de la casa. Odio los "vinos de la casa", pero todo sea por lo conceptual: la murga de Buenos Aires no es un vino fino. De color y gusto se relacionaba más con lo marrón y con los mosquitos y con las pocas lamparitas que había en la vereda. Y casi lo bajo con soda pero la noche era también de eso que insisten en llamar "aguante".
Domingo.
Fui al cmeneterio de Flores. Y muchas cosas:
- A esos casilleros de una inmensa y sobrecogedora matriz los llaman "nichos". Y yo imagino "cuchas".
- Visité el nicho de Silvia. Silvia era atea, era agnóstica. Ella quería ser cremada, siempre lo había dicho. Pero el tema del accidente y el juicio y el mundo lento y de papel fue demorando la cosa. La metieron en un nicho y ya no creo que la cremen. Sus familiares no quieren. El nicho les sirve para pegar sus estampitas, sus cartas, sus crucifijos. Los nichos, las tumbas, no son para los muertos. Las necesitamos los que nos quedamos con dolores que no cierran. Las necesitamos los que buscamos soluciones terrenales a problemas existenciales.
- Nunca había visitado un cementerio así. Algo entre industrial y depresivo, un paisaje nuevo y desconsolante donde la gente busca su consuelo. Un olor a muerte, vida y burocracia. La burocracia gobernándolo todo. Por los pasillos circulan los solitarios y los inspectores. Ojos llorosos, nenes jugando. Nichos alineados uno al lado del otro, una hilera sobre la otra, una pared y otra pared y otra más.
- Y las prohibiciones. La idea siempre es prohibir. Las prohibiciones aparecen en carteles con reglas congeladas. Sobre los frentes de los nichos permiten sólo tres cosas: datos del fallecido, crucifijo y una tercera que ya no recuerdo. Lo bueno es que, en este caso, el ritmo de la burocracia juega a favor y nadie cumple nada: los nichos son una muestra de estampitas en todas sus versiones, escudos de fútbol, fotos desgastadas, cartas borroneadas con lágrimas o con años, plaquetas solemnes.
- Hay nichos que quedan allá arriba, donde no se llega ni en puntitas de pié, donde guardaríamos los pulóveres en verano. Como si fueran muertos que pueden esperar un poco más. Y hay escaleras móviles a disposición. Y, claro, hay más reglas: "sea breve en el uso de escaleras".
- En el nicho de Silvia supe que su segundo nombre era Graciela. Y no creo que a Silvia esto le importara tampoco demasiado. Tampoco el crucifijo, tampoco las estampitas. El nicho de Silvia es todo lo que Silvia nunca quiso. Y cuando nos fuimos mi vieja me contó de los gustos de Silvia: limpiar, leer y estudiar. En ese orden.
- Y supe, volví a confirmar, que yo no lloro cuando visito mis muertos ni me los imagino enterados de mi visita. Ni me los imagino. Veo que la mayoría sí. Y lo envidio.


