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martes, abril 12, 2005

A mi siempre bien-odiado vecinito 

Son tus venas purulentas,
tus arterias hartas de tan poco sentir,
tu eyo y tu yo y tu superyo que se te complotan, implotan y explotan.
Es tu corazón de cenicero sucio,
tus ideas que no superan a la menos original de las diarreas.
Es tu aliento que, por ahora, nadie se anima a imaginar.
Es tu combustible:
la superventaja,
el codo cayoso en la esapalda de los demás,
y siempre, siempre, la última versión de la bobada.
Te imagino escupiendo bolitas de alquitrán óseo,
una putrefacción que comienza en el epicentro de tu alma ausente, desfasada
y se propaga como ácido por cada alveolo, por cada ramificación.
Es como una pasión esclerótica gagá,
- rubio cenizado -
tus tejemanejes, hijos bobos de la soledad
Sos un monumento a tu propia gran angurria,
un meo lento y doloroso, un meo con estangurria.
Son tus nervios petrificados
los que tensan y oprimen,
los que presionan ese pomo de miasma
y así surge,
por los poros tapados de óxido como un salero humedecido,
surge una lava hedionda y obscena
surge tu personalidad de caniche despreciable.
Y al final sos sólo evidencia
de la moraleja de tu propia fábula idiota:
toda riqueza que tocás se convierte en morcilla rancia.

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