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martes, julio 26, 2005

Escaleras 

Y así quedaría tan vivito y tan coleando, porque aunque fuera panchero me alcanzaría con una libretita y esta birome que se desliza y me basatría con contar sobre las islas de aceite en el agua hirviendo o las migas de pan que siempre hay, quién sabe, la mostaza o los rituales de los clientes estudiados en su detalle más repetido y presumidamente original, porque eso somos al fin y al cabo: presumidores de una originilidad que pocas veces tenemos, ensayos de unicidad perdidos en el bosque como se pierde cada terraza naranja en esas fotos satelitales de ciudad, donde todo parece tan parejo, y así estaría aún en la peor de las adversidades, a salvo por una birome y un cuadernito aunque más no sea para que el tiempo pase, el tiempo pasa, siempre pasa (y para cuando el pause Dios, para cuándo) y que pase el tiempo en estado líquido y ameno, ajeno a lo sólido y doloroso, fuera de nebulosas de gas donde el fluir ya no se aprecia porque así es el gas, dispersidad y partícula etérea que se pierde en algún olfato, en alguna medición de barómetro.
El problema no es del que sube la escalera mecánica quedándose parado o del que lo hace subiendo escalones sumando velocidades (Vescalera + Vaquel = Vtotal), el problema está en sus vidas cruzadas, en su contemporaneidad, y entonces sólo queda organizarse y aún así el conflicto estaría porque el quieto (Vescalera + 0) se pone a la derecha de forma que-no-estorba y el impaciente (el que se le enfría la pizza o no llega a tiempo a la oficina o simplemente no llega a agarrar la velocidad que su vida le pide o se acostumbró a que le pida y andá a serenarte cuando serenarse se convierte en un objetivo y la retroalimentación agita las cosas y vienen las olas del calma-calma que no panda el cúnico) ahí está el impaciente entonces, por la izquierda, sin obstáculos esta vez, sin salames-que-no-entienden, y ahí está también un odio residual, un "este pelotudo no se corría más" y el otro con mirada de "a dónde mierda quiere llegar 3 segundos antes?", ahí están las broncas inevitables de la diversidad de ansiedades. Llegarán tiempos de paz, dicen. Habrá que esperar digo, habrá que aprender a mirarse a los ojos de vez en cuando y soportarlo no ya como un desafío, no como un campeonato de aguante o riña ocular; habrá que mirarse un rato para comprender que, al fin y al cabo, cada uno vive una sola realidad, una de cada uno, una sola constancia de cómo es todo, una sola y es suficiente para ser rebalsado y no comprenderla, una taza detrás de este monitor, un parlante, Micah Hinson, "con queso", el teléfono con cuarto de cuerpo flotando en el aire, el teclado en el centro como si fuera protagonista de algo con tan poco, mecánico-humano, interfaz de lo ergonómico y lo digital desentendido del alfabeto que porta, inconciente de sus teclas de distribución caprichosa digna de una obra de vanguardia resistida al principio, fagocitada con el tiempo y finjalmente camuflada con el paisaje de lo natural, como todo, eso es la cultura, ir devorando todo hasta reducirlo a polvo acostumbrado.

Y de regalo, un lindo sitio con el funcionamiento las escaleras mecánicas que conocí gracias a la petite.

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