martes, julio 19, 2005
Primer capítulo - 99, de Tribunales al Cid Campeador


Una señora, siempre hay una señora. Y algunos duermen. Siempre. Y algunos hablan. Dos hablan fuerte. Y una acomoda sus cosas y los jugos gástricos corren, un asiento se liberará, los reflejos se activan presurosos, pero falsa alarma (mongering, mothers and children first), sólo acomodaba sus cosas y ahora se vuelve a aquietar y la tensión cesa, los brazos se reubican, buscan su espacio precalentado de caño gastado y baranda doblada, y los cuerpos, entre compañeros y enemigos, se reacomodan disimuladamente. Uno se apoya en otro y nadie sabe demasiado sobre intenciones, eso está en cada uno, la luz es mezquina así que, y un vidrio entra en resonancia y vibración con el motor penetrarando en el sueño de los que dormían hasta que el semáforo vuelva a verde y el motor vuelva a tronar.
El destino se acerca, La noche desciende. La máquina de monedas responde como al inicio del día. Es fría como su display. Es alemana. El chofer no lo sabe. Un compañero se lo dijo una vez pero fue entre vino y vino. Y si esa mesa hablara. Miga y gotas tintas sobre esa mesa, y mentiras y mucho macho y "esas máquinas son alemanas", una frase que murió ahogada apenas nació. Y la máquina tampoco es que recuerde algo de esto, es máquina, es no-conciencia. Ella cumple, cuenta, pesa monedas, calcula, imprime, libera el vuelto, corta el boleto y que pase el que sigue, el receptáculo ya gira otra vez y no metas el dedo que en Frankfurt nadie se hará cargo.


